En mi infancia tener un ordenador en el hogar era un auténtico privilegio. Sólo el padre de un amigo de la pandilla de la calle tenía un sobremesa con pantalla verde fluorescente, sin disco duro, suplido por 2 disqueteras de 5 1/4 y creo recordar que con un procesador 8086.
Yo tiraba millas con mi Spectrum. Un ordenador que compré con la mayor ilusión del mundo y avergüenza confesar que sólo me sirvió para jugar a juegos que costaban unas 1.200 ptas y que poco tenían que ver con la recreativa. También por supuesto, para probar la montonera de demos que incluía la revista Micromanía en cómodas casettes.
Explicado esto, podréis comprender cómo me impresionaban las arcade de las salas de máquinas.
Tron plasmó la esencia de una sala de máquinas
Gráficos extraordinarios para aquella época, un montón de colores, animaciones, un joystick y botones magníficos (tengo pendiente comprar uno así para el PC, o al menos comprarme un miniarcade), sonidos que incluso sintetizaban extraordinariamente la voz… pero… pero, no sólo era eso… Había algo más en aquellos videojuegos…
Apelotonadas en la penumbra, como nosotros alrededor del mejor jugador cuando llegaba al enemigo final
Con el paso de los años me dejaron de atraer los videojuegos. A pesar de que cada vez había mejor hardware y los juegos ya no tenían limitaciones técnicas, se convirtieron en… ¿Cómo decirlo? ¿Aburridos? Cada vez más obras de arte con intros que poco envidian a una película, historias largas, rebuscadas… pero les falta lo que encontré en los arcade: la adicción.
Puede que la dosificación de pagar las 25 ptas de cada partida provocara el mono de otra dosis al día siguiente, pero estos juegos permitían que ese mañana llegarás un poco (sólo un poco) más lejos en el juego. Cada día descubrías un enemigo final nuevo y tras llegar a él durante varias partidas, conseguías el ‘truco’ de dónde colocarte para matarlo…
Ahora tenemos los juegazos de Steam para Ubuntu, pero los que siguen atrayéndome son los antiguos arcade; aún recuerdo girando los volantes de Super Gran Prix a ritmo de acelerador, haciendo malabarismos con Metal Slug, estrellándome en OutRun, pateando a los gnomos en Golden Axe ávido de pócimas o pegando codazos a todo un M.A. en Double Dragon…
Y encima, estos juegos son gratis… sí, has oído bien, te descargas una ROM (que es el juego) y pista.
Hadoken!!
¿Quieres probar? Abre una terminal y copia y pega estos comandos:sudo apt-get install mame -y mame
Cierra MAME.cd ~/.mame && mame -cc gedit ~/.mame/mame.ini
Sustituye:$HOME/mame/roms;
por$HOME/mame/roms;$HOME/.mame/roms;
Graba el fichero y cierra el editor.mkdir ~/.mame/nvram memcard roms inp comments sta snap diff nautilus ~/.mame/roms
Copia aquí en formato .zip las ROMs que bajes.
Y cuidado, la ROM tiene que estar hecha para la versión de MAME que tengas: Esto ocurre porque MAME, además de un emulador, pretende ser un proyecto histórico que documente las recreativas fielmente, y además de los juegos y clones nuevos que se añaden a cada versión hay muchos otros juegos que se cambian por versiones más “correctas”, aunque ya antes funcionaran bien. Por esto, si un juego te dice que le falta ficheros, es que estás usando una versión distinta al de la MAME ;)
Una vez con las roms copiadas en el directorio ~/.mame/roms
, ejecutamos de nuevo el emulador desde la terminal con:mame
Y escogemos el juego.
Y si os da pereza tener que buscar/instalar MAME y sus Roms, tenéis disponible distros como Advance que automatizan todo, incluso ya traen cientos de juegos. Arrancáis desde CD y a jugar :P
… bueno… os dejo, hora de otro cara a cara con Mr. Bison… después de tantos años… snif!
¿Comenzamos?
Fuentes: UPUbuntu & Emulatronia.